La mayoría de la población occidental es razonablemente feliz pese a la crisis, según Rojas Marcos

Rojas Marcos
PHARMA
Actualizado: jueves, 22 noviembre 2012 11:09

El psiquiatra afirma que "el cerebro está programado para hacernos pensar que somos más felices que el resto"


MADRID, 22 Nov. (EUROPA PRESS) -

Es normal sentirse triste y abatido cuando se pierde a un ser querido, o angustiarse cuando se rompe una relación sentimental, se pierde el trabajo o la casa, afirma el psiquiatra Luis Rojas Marcos quien opina que "la mayoría de la población occidental es razonablemente feliz, incluso, pese a la crisis".

El problema, que quizá tiene algo que ver en que se crea que ahora somos menos felices, es que "a la gente le da apuro decir que es feliz porque al final cae mal, parece insensible", y a que "el cerebro está programado para hacernos pensar que somos más felices que el resto", señala en una entrevista a Europa Press, con motivo de la publicación 'Secretos de la felicidad'.

El libro que engloba secretos, datos y conocimientos sobre la satisfacción con la vida en general, "que es como se conoce a la felicidad cuando se la estudia", explica la base genética de la felicidad, pero no da la fórmula para conseguirla, fundamentalmente porque "no existe", aunque sí muestra qué "es lo que nos defiende de la infelicidad".

Y para conseguirla es "indispensable tener cubiertas las necesidades básicas", ya que "no se puede tener una alta satisfacción con la vida en general si no se tiene una casa, un trabajo, comida, etc".

Empezando por el principio, la felicidad depende de la interacción de las directrices programadas en los genes, que se heredan de los padres, y con otros factores externos, como los estímulos que se reciben del entorno familiar, social y cultural en el que se crece.

"Igual que los genes que están programados para proteger la supervivencia, desde que nacemos tenemos una serie de protectores de la satisfacción con la vida", que "no es un don exclusivo ni excepcional", se trata de una cualidad natural programada en los genes, que "protegemos con las dotes que todos traemos al mundo y de las que hacemos uso en cada momento".

Para defendernos de la infelicidad utilizamos el instinto, de ahí que sea común compararnos ante situaciones dramáticas con gente que está peor. Así, recuerda que tras el paso del huracán Sandy en Estados Unidos, aquellos que se vieron afectados al ser preguntados por su satisfacción con la vida siempre daban una puntuación positiva tras ver que a su alrededor había familias que lo habían perdido todo, "eso no significa que deseemos que a otros les ocurra algo; sino que es un instinto que nos ayuda a estar satisfechos".

La memoria es otro protector instintivo, "es un órgano programado para olvidar lo malo, en la memoria vamos cambiando el recuerdo, reproduce y reconstruye el recuerdo de negativos a positivos", esta acción ayuda a recobrar la satisfacción con la vida, "a perdonarnos a nosotros mismos, a perdonar a los demás, a no culparnos, etc".

Así, explica, los recuerdos que se guardan revelan mucho sobre el nivel de satisfacción con la vida; mientras, el olvido es una cualidad muy útil para vivir, especialmente al resolver conflictos de convivencia.

NO PARA TODO EL MUNDO ES FÁCIL

Aunque el ser humano esté programado genéticamente para ser feliz, "por muy potentes que sean los genes", existen casos en los que el entorno no propicia el desarrollo a esa satisfacción por la vida. En este sentido, Rojas Marcos pone como ejemplo aquellos niños nacidos en entornos desestructurados y violentos, donde "no cabe duda que van a tener más dificultades a la hora de desarrollar una autoestima".

En estos casos, "el medio en el que crecen va a minar esas tendencias naturales de satisfacción" sobre todo, si se tiene en cuenta que, "tiene una gran influencia en la época de desarrollo". Además, añade, "los seres humanos tenemos un límite en la cantidad de sufrimiento que podemos tolerar, hay un nivel de sufrimiento que en ciertas personas no es posible superar".

No obstante, "la mayoría de las personas tienen capacidad para superarlo" y, añade, a lo largo de la vida nadie se libra de crisis o situaciones dolorosas y, sin embargo, "tiene que haber algo que nos haga sentirnos razonablemente bien a la especie humana" ya que, como recuerda, la población sigue aumentando y cada día se vive más.

"NO HAY FORMULAS MÁGICAS"

"No hay formulas mágicas", afirma el psiquiatra y profesor de la Universidad de Nueva York (EEUU), pero la felicidad, recuerda, "está cargada de connotaciones" y, del mismo modo, esas connotaciones hacen un todo en el que se puede medir la satisfacción con la vida. Y entre los ingredientes más frecuentes para sentirnos felices se encuentran las relaciones con los demás --familiares, sociales o laborales--, así como la satisfacción con uno mismo.

Asimismo, destaca el sentido el humor que "es algo muy serio", porque ayuda a mantener una saludable distancia emocional de las agresiones a la felicidad; el optimismo que "es la envoltura indispensable de esa facultad, exclusivamente humana, que es la creatividad"; y la importancia de sentirse competente y eficaz y pensar que se controla la vida, "sentimientos positivos que nutren la autoestima".

Así, destaca la naturaleza de la autoestima que es "subjetiva, invisible y escurridiza"; en general, es un sentimiento que acompaña a la valoración que hacemos de nosotros mismos y, también, el conjunto de aptitudes y rasgos de nuestro carácter que valoramos.

"Una fuente de felicidad es tener una autoestima razonable; es una fuente de felicidad para mucha gente, ya que lo más importante para uno es uno mismo", asimismo, afirma que "las personas extrovertidas que narran sus situaciones difíciles tienen más facilidad a la hora de superar momentos difíciles", ya que "al contar se organizan los sentimientos y los miedos".

Por el contrario, el peor verdugo del instinto de felicidad y el más frecuente es la depresión, que daña la autoestima y la confianza en uno mismo, impregna de negatividad y de remordimientos la perspectiva del ayer y roba la esperanza en el mañana.