Un gen previamente vinculado a la obesidad no está relacionado realmente

Obesidad
FLICKR TONY ALTER
Actualizado: martes, 23 junio 2015 8:34


MADRID, 23 Jun. (EUROPA PRESS) -

Un gen que previamente se sospechaba que ejercía la mayor influencia genética en la obesidad humana en realidad no tiene nada que ver con el peso corporal, según concluye un nuevo estudio dirigido por investigadores de la Escuela de Medicina de Harvard (HMS, por sus siglas en inglés) y el Hospital Infantil de Boston, en Estados Unidos.

El trabajo no sólo anula una de las principales conclusiones sobre la genética de la obesidad, sino que también proporciona las primeras formas efectivas para analizar partes "particularmente intratables y confusas" del genoma, tales como el locus de este gen, afirma el coautor principal del estudio, Steven McCarroll, profesor asistente de genética en HMS.

Las técnicas descritas en el documento, que se publica este lunes en la revista 'Nature Genetics', deben ayudar a los científicos a aclarar si los genes en regiones igualmente complejas se asocian con la enfermedad, según los investigadores.

El gen AMY1 codifica una enzima que ayuda a los seres humanos a convertir el almidón en azúcar. Aunque otras enzimas también realizan esta función, AMY1 comienza este proceso en la saliva. Es lo que hace que las galletas tengan sabor dulce una vez que han estado en la boca el tiempo suficiente.

Las personas tienen diferentes números de copias del gen AMY1 y distintas cantidades de la enzima. "Ha habido cierta especulación con que debido a que esta enzima ayuda a obtener los nutrientes de nuestros alimentos podría estar relacionada con la obesidad", explica Christina Usher, estudiante graduado en el laboratorio McCarroll y primera autora del artículo.

El coautor Joel Hirschhorn, profesor de Pediatría en el Hospital Infantil de Boston y profesor de genética de HMS, estudia las variantes genéticas que influyen en la obesidad. Hace unos años se interesó por si AMY1 era uno de los genes que juega un papel.

Él anaizó los datos de asociación del genoma recogidos por el Consorcio GIANT y no encontró ninguna relación entre AMY1 y el índice de masa corporal (IMC), una medida del peso de una persona en relación con su altura. Pero debido a que la región del genoma era tan complicada, con AMY1 variando tan ampliamente (de dos a 14 o más copias por persona), no estaba seguro de que sus datos contaran toda la historia.

Se acercó a McCarroll para ver si podían unirse para responder a la pregunta. "Tenemos experiencia en la genética de la obesidad y el equipo de Steve es experto en este tipo de variación compleja", relata Hirschhorn. Hirschhorn puso el problema en espera mientras el laboratorio McCarroll trabajaba en el desarrollo de herramientas que podrían detectar la región que contiene AMY1. "Esta parte del genoma fue más allá de la frontera de lo que la genética y la biología molecular podían hacer", dijo McCarroll.

Esto no impidió que los científicos siguieran intentándolo. En 2014, un equipo internacional relacionado informó en 'Nature Genetics' que AMY1 tenía un vínculo con la obesidad y de manera sustancial. Las personas con menos de cuatro copias de AMY1, según los investigadores, tenían alrededor de un 8 por ciento más de riesgo de obesidad que las personas con más de nueve copias. AMY1 parecía ser protector.

Ellos creían que el estudio de Hirschhorn no había descubierto el vínculo, ya que fue diseñado para analizar variantes simples llamados SNPs y AMY1 era demasiado complejo. Mientras tanto, el equipo de McCarroll había desarrollado estrategias moleculares y matemáticas para el análisis de la variación compleja como la de AMY1 y quiso echar un segundo vistazo a los resultados del otro grupo.

Utilizando técnicas moleculares desarrolladas recientemente, Usher obtuvo copias de mediciones numéricas de AMY1 y sus estructuras genómicas circundantes con un detalle sin precedentes. Luego, desarrolló un marco estadístico para encontrar patrones subyacentes que explicaran los datos.

Al principio, la región parecía "increíblemente complicada", dice McCarroll. Pero Usher detectó que la amplia gama de variación tenía una explicación más simple: había nueve formas comunes de AMY1 y la mayoría de la gente tenía alguna combinación de dos de ellas.

Las nuevas técnicas permitieron a McCarroll y el equipo de Hirschhorn sondear la importancia biológica de AMY1 con mayor precisión que lo que había sido posible antes. Y cuando se les acabaron sus análisis de los genomas de unos 4.500 europeos con un rango de índices de masa corporal, AMY1 no tenía ninguna asociación con mayor o menor índice de masa corporal.

Aunque la identificación de genes asociados con la enfermedad es crucial para la prevención y el tratamiento, descartar genes también es importante, según los autores. Aprender qué genes son dignos de seguimiento ayuda a evitar que los científicos pierdan años de trabajo y otros recursos. A medida que existan herramientas para comprender variantes complejas, McCarroll y Hirschhorn creen que preguntas como las que rodean a AMY1 se responderán con mayor facilidad.

"Hay cientos de loci en el genoma humano con este tipo de complejidad. Ellos han sido como los agujeros negros en el conocimiento del genoma humano", subraya McCarroll. "Si AMY1 hubiera sido una variante simple, habría sido realmente sorprendente ver resultados opuestos como este. Hemos establecido las mejores prácticas para identificar y confirmar variantes simples, pero no para las variantes complejas", concluye Hirschhorn.